Los racinguistas son pacientes, pero no tontos (una reflexión en tres actos) – ACTO III
LA CONSPIRANOIA, EL DOLOR Y EL PESO DEL SENTIMIENTO
¿Y dónde está Carlos Mouriz?
Saber ayunar, saber pensar, saber esperar. Es mi gran pregunta también: ¿Y dónde está Carlos Mouriz? Hiciese lo que hiciese es al único que justificaría, pues es quien más sabe de fútbol, o de los pocos que sabe, en esa casa.
En la vida hay tipos raros, con manías, a los que cuando les llega la presión cambian el talante. Están los que les cuesta reaccionar para cambiar modelos o adaptarse a los nuevos tiempos. Los que tienen dificultad para manejar grupos porque no son capaces de entender bien lo diferente, o la forma de comunicarse de los nuevos tiempos. Están también los que se hacen insoportables en su grupo de trabajo, los que cambian sus decisiones a última hora, o los que prefieren la obediencia al entendimiento. Por eso es tan importante el sentido común y la coherencia. El fútbol tiene poco de lo último y mucho de todo lo anterior. Mouriz es más del lado del sentido común y la coherencia, por la tanto, representa un valor en esta industria allá dónde esté.
El “sello Mou” y la conspiranoia
Todos entendemos que el director deportivo es el encargado de ejecutar una serie de funciones. Lo que hay que dilucidar es si la ejecución tiene que ver con decisiones propias, o de otros. Algo está pasando ahí dentro que se puede intuir. Este no es un equipo con el “sello Mou”.
La presentación de Cristóbal Parralo pareció un funeral. ¿Quería decir algo que había que interpretar en la actitud de Carlos Mouriz, o me estoy volviendo un conspiranoico? Tampoco la intervención de Mouriz en octubre fue la de su mejor día porque es incómodo limpiar la basura. ¿Pero era su basura, la de otros, o me estoy volviendo más conspiranoico? ¿Hay miembros de la plantilla que resulta imposible pensar que están aquí por una decisión suya, o me estoy volviendo mucho más conspiranoico?
Conociendo su filosofía, aquí hay unos cuantos sin el “sello Mou”. Todos hemos visto “su” Lugo y que el perfil de aquella gente no era el de esta. Todas hemos visto “su” Racing del principio y, salvando alguna frivolidad más que la de Ricardo, en el Racing 2024/25 hay unos cuantos que no tienen el “sello Mou”.
Mouriz es un tipo que me gusta porque incluso pudiendo no estar de acuerdo, sus argumentos invitan a la reflexión. De los que hay ahí dentro es el único que sabe tomar decisiones lógicas de fútbol, las que entendemos todos y todas, sean más caras o más baratas.
Mouriz nos ha demostrado que sabe de esta historia del juego de la pelotita con once tipos en camiseta y calzoncillos detrás de ella y que es imposible que una persona con conocimiento se idiotice de una estación a otra.

El sábado se desbordó mi vaso
El pasado verano ha sido malo, llovió más de la cuenta. Pudo afectarnos a todos. Demasiada agua es tan mala como cuando viene escasa. Digo esto porque el sábado no entendí bien lo que quiso decir Manjarín tras el partido contra el Cartagena. No lo entendí y me sentí frustrado. No sé si quería expresar una metáfora sobre los 90 minutos, si estaba componiéndonos una fábula, o si nos empujaba la verdad desde el vientre como un maestro de la mayéutica. Pero tampoco entendí cómo no se puede poner una pelota en condiciones a los pies de Señé si con una triangulación simple has superado la pésima presión de Escriche y Román. Aún más, si Guerrero llega casi siempre desajustado a tapar a nuestro constructor.
Y tampoco entendí por qué Bebé se equivoca tanto. Tengo la sensación de que interpreta el fútbol de una manera y el resto del mundo de otra, por eso abronca a los compañeros como forma de crítica anticonstructiva (serán las formas del fútbol, como lo justificó algún compañero recientemente). Siento pena por Bebé, me parece un verso suelto, tan suelto como perdido. Va por la izquierda, con un fusil encasquillado cada vez que quiere disparar. Y va a su bola, o con su bola, porque a veces parece que necesite una para él solo, comandando la Columna Durruti hacia la nada. No le veo el “sello Mou”.
Cuento una anécdota. Un día llegué a pensar que Bebé era un maestro de vudú. Estaba en el Fondo Norte y vi tan claro su disparo, que hice el gesto de chutar, pero él amagó. También amagó a la segunda, a la tercera y, a la cuarta, él le dio al aire, a mí me voló el zapato y tuve que recogerlo cinco escaleras más abajo.
Bebé, sí, Bebé. Bueno, al menos lo veo y lo escucho hablar con la gente en los vídeos de las redes sociales. ¡Qué majo es! Bueno, lo que decía. Al menos a Bebé lo veo, porque hay otros a los que no los encuentro por lado alguno, la verdad. Tampoco son “sello Mou”.
¡Ah! Y tampoco entendí por qué, antes de que viniese el niño nuevo desde Portugal, nadie daba amplitud abriendo líneas para un pase vertical interior de 30 metros. ¡Ya! No están Carlos Vicente, Iker Losada ni Héber Pena. Ni siquiera Nico Serrano, que nos convenció, pero hicimos 18 puntos en la segunda vuelta con él. Unos eran demasiado buenos y a otro no lo quiso el entrenador. ¡Si es que nos podemos permitir esas cosas y hasta nos parece bien!
Bueno, y diciéndolo más bajito por eso de la vergüenza -ya me comprendéis-, tampoco entendí a Parralo el día del Oviedo, ni al equipo. Hasta me pareció que iban con sintonías diferentes. Fue absolutamente frustrante. ¡Jo! ¿O sigo pareciendo un conspiranoico?
Es que veo al Racing en casa desde 1968 y fue la primera vez que tuve que aguantar la manita en toda la cara. ¡Qué buenos son los asturianos! ¿Verdad? Y nosotros los primos. Menos mal que contra el Sporting el primo fue un cubano que pasaba por allí.
¡Oíd! ¿Y os habéis dado cuenta cómo salimos de A Malata con ese dolor en el alma? ¿No os pasa? Porque es el alma lo que duele. Los racinguistas, este año, sabemos que hay alma, que es verde y que se manifiesta con una sintomatología dolorosa. Trece veces ya, y el día del Elche, el alma, la cabeza, los huesos, los músculos y los tegumentos de estar tan “apretaos” esperando que el árbitro pitase el final nada más iniciase el segundo tiempo. Y esto no es el “sello Mou”.

Epílogo
Yo quiero a Mou en mi equipo y, pase lo que pase, que no se vaya. Que se vayan otros, pero él no porque es el único que sabe de fútbol de toda la tropa.
A principio de temporada, oliendo lo que se venía dije: Este es un año para aprender a querer al Racing. Sí, pase lo que pase. El club es de Rivera y Fernández por la pasta, pero también es nuestro por las emociones. Si ponemos en el lado de una balanza toda la pasta del Grupo Élite (¡Buff! Ya me va a sonar a banda de guaino toda la vida) y en el otro unimos cien años de nuestros sentimientos, más los de nuestros padres, los de nuestros abuelos, los de nuestros bisabuelos y los más tiernos de nuestros hijos pequeñitos, ¿para dónde creéis que se va a inclinar?
Creo que estamos dando una lección desde la grada, no sé si buena o mala. Ni una protesta y muchos ánimos. Parecemos ingleses. Espero que los del guaino lo valoren porque aquí se está como Dios. Nosotros ponemos el corazón, que es todo lo que tenemos, y ellos la pasta, que es todo lo que … (No, eso es políticamente incorrecto, no lo escribo). Y eso que hay un músico que en el campo de los vecinos sabe como suena su nombre.
Escuchad, porfa (o leed), que ya no os molesto más: Tenemos cien años y mucho, muchísimo barro en las botas. El racinguismo ha vuelto, pero ya no es como el que abarrotaba el Manuel Rivera. Se ha vuelto paciente, aunque igual que el que se empapaba en El Inferniño entre 1921 y 1993, de tonto no tiene un pelo.